DEL ESCRITOR MATTEO DI GENNARO
Ahora mismo, mientras lees estas líneas, miles de niños están siendo arrancados de sus familias.
Niños criados en las calles en la indiferencia del mundo, son secuestrados y llevados al infierno; nadie llorará por ellos.
Vidas jóvenes se convierten en esclavas de hombres sin escrúpulos; obligadas a prostituirse para satisfacer la perversión y la codicia. Encerradas en celdas malolientes donde reina el silencio ensordecedor del terror.
Para ellas, no hay salida. La esperanza deja de existir.
A pesar de todo, sin embargo, el valor de los policías, dispuestos a sacrificar sus vidas para salvar aunque sólo sea a uno de esos niños, recuerda al mundo que no podemos, bajo ninguna circunstancia, dar la espalda a semejante atrocidad.
Cada lágrima que cae por el rostro de un niño es un crimen del que todos somos responsables.
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Extracto de la novela
No lejos de Varadero – Cárdenas. Cuba.
Una tórrida mañana de agosto bañada por un sol intenso y un silencio surrealista impregnaba de maldad cada grano de la blanca playa caribeña. Todo se detuvo en un silencio ensordecedor; incluso el mar permaneció impotente ante el drama que estaba a punto de desarrollarse a pocos pasos de distancia. Una mísera choza de horrores, una prisión sin alma de vidas aún por florecer, custodiaba con severidad el cuerpo indefenso de Ángela, una niña de sólo diez años: otra criatura inocente arrebatada a la vida. Su existencia dejó de tener sentido seis meses antes en un mercado de La Habana abarrotado de turistas, ocupados en comprar un trozo de paraíso. Entonces la vida tenía sentido. Los grandes ojos negros de Angela miraban con curiosidad el paso del tiempo mientras su larga melena castaña bailaba con el viento, tejiendo acrobacias maravillosas. Su mundo estaba hecho de pequeñas grandes alegrías, interminables cielos azules y praderas inmaculadas de sueños salpicados de nata montada, de un baile, de un amor encontrado, de un hijo, de un trabajo. Sueños por realizar que simplemente se quedarían así o que de repente, sin previo aviso, se harían realidad; sueños que el tiempo rociaría de plata. Angela merodeaba furtivamente en compañía de su helado de nata y pistacho, escondiéndose juguetonamente de los 5 ojos casi siempre vigilantes de papá y mamá; por un momento, el deseo de libertad se apoderó de ella. Aquella breve sensación de libertad fue el último recuerdo de una vida rota para siempre, y aquel helado de nata fresca y pistacho se quedó al borde de una acera anónima fundiéndose lentamente en la indiferencia del mundo. De repente todo cambió, y el infierno más negro se apoderó de todo. Acurrucada en un abrasador suelo de madera sobre mil porqués que nunca tendrían respuesta, Ángela sólo iba cubierta con un pequeño taparrabos negro, y sus ojos asustados, temblorosos sin cesar, seguían las débiles convulsiones de un cuerpo exhausto…